viernes, 26 de abril de 2013

0019

Año terrestre 2350, Avenida Kirova, Noril'sk, Siberia del Este, planeta Tierra.

Pasaron junto a lo que pudo haber sido un estadio de fútbol, pero no era más que una masa informe de escombros y nieve. La ciudad, por considerarla así, era un desierto helado con dunas esqueléticas de acero. Los edificios que permanecían en pié, pese a su obstinado orgullo, no eran más que ancianos esperando su hora. Ninguno de ellos conservaba algo parecido al aspecto que tuvo cuando se concibió, y mucho menos, su supuesta utilidad. Era lo que quedaba del recuerdo de una ciudad industrial, un infierno químico, frío y desolador, pero a su vez una lucrativa fuente de recursos de toda índole. Las ruinas del pasado son las minas del presente. Como la serpiente que se muerde la cola, la industria se fagocitó a si misma cuando dejó de producir.
Estaba nublado, y para variar nevaba, en unos minutos se desataría la verdadera tormenta, el momento idóneo para moverse. El Vojaĝanto 780 iba con las luces apagadas, como era habitual. El sonido de sus descomunales orugas adaptativas apenas se distinguían del viento aunque pasaran sobre el chasis de un coche, un camión, o una casa. La tela metálica parecía engullir todo lo que le venía al paso, convirtiendo los obstáculos en un pausado balanceo. El vehículo, un mastodonte dividido en dos módulos con articulación central, medía unos veinte metros de alto por noventa de largo. Visto con un determinado ángulo parecía la cabeza de un tiburón. De cerca, presentaba una superficie harto irregular, consecuencia de numerosas reparaciones. Una ecléctica amalgama de retoques superpuestos de diversos materiales y procedencias.
Existían ciertas cosas que Vasily no soportaba, y una de ellas eran los imprevistos, pero a nadie le importaba. Acariciaba suavemente la hoja de grafeno, en ella, la foto de varios niños con caras felices. Recostado sobre el sillón de la cabina, que a su vez era su casa, dejaba que el piloto automático hiciera su trabajo. La cabina era un lugar atestado de objetos, recuerdos de los que no se podía deshacer, los necesitaba para no olvidar. Para sentirse real en el mundo. Un mundo que construía pieza a pieza a través de toda aquella basura. Desde su perpetuo estado de somnolencia pensó en lo que iba a recoger: según Tibor, los restos de un prototipo tripulado que habían derribado con un Tunguska (nada menos) de a saber qué conglomerado, corporación, o empresa. Con aquella caza habría un buen pastel, y él quería su parte. A la MMC no le iba a hacer ni pizca de gracia, pero menos gracia le hacía a él tener la certeza de que no saldría con vida de allí si no compraba el contrato. Vio los vídeos de la detección y de la cámara del misil, un impacto directo. En la grabación del puesto avanzado se podía apreciar cómo tras la explosión caía disparado hacia el suelo, y entero. Eso parecía ser resistente, y cualquier cosa que pudiera soportar un misil tierra-aire debía ser muy caro. Le hacía gracia que el motivo por el que firmó el contrato con la MMC fuera a su vez la solución para comprarlo: el secuestro y el robo. Técnicamente sabía que era de la subsidiaria, pero si conseguían llevárselo antes de la llegada del grupo enviado por Whittman, podrían venderlo a las entidades adecuadas. Tendría que dejar parte del equipo, incluyendo a Kolya y a los tuneleros. Esos no le importaban, eran unos cabrones peligrosos que estaban mejor muertos, pero Kolya era un problema. Esa cosa llevaba la lealtad en el cerebro a base de mierda cibernética, el precio a pagar por llevar lo último en aumentos. De hecho, cuando fue humano, llegó a sacrificar parte de su memoria para poder implantarse aún más. Vasily lo recordó cuando aún necesitaba respirar, cuando era su amigo. Lo conoció en la adolescencia, por aquel tiempo las ciudades se conocían por su nombre, y no eran marcas ni logotipos. Formaban parte de una unidad mercenaria que operaba principalmente en China, jóvenes e inexpertos, tal y como le gustaban a los mercenarios. A los pocos años consiguieron hacerse los líderes del grupo, la unidad dejó de dedicarse al conflicto corporativo abierto, para dedicarse a un negocio mucho más lucrativo y menos peligroso, las operaciones encubiertas. El negocio funcionaba bien, muy bien, pero la avaricia de Kolya parecía no tener fin. Cada nueva operación, más ambiciosa que la anterior, requería de nueva especialización, nuevo material, y más caro. Y así empezó todo, Kolya contrató su cuerpo para pagar las deudas que generaban los últimos aumentos. Cada nueva operación acababa con un nuevo contrato que Kolya debía cumplir, los implantes venían con cláusulas programadas. Paulatinamente cambiaba, hasta convertirse en un monstruo sin voluntad, un ser más cercano a un arma viviente que una persona. Poco quedaba de aquel muchacho salvaje, que soñaba con fiestas de tres días tras una caza. Llegó el momento inevitable, un contrato obligó a la unidad a realizar una operación especialmente delicada, precisamente contra una con la que mantenía una clausula. Aquel negocio salió mal, mataron a todos, a Kolya y a él los cogieron a punto de embarcarse en una aeronave, huyendo del desastre. Les obligaron a firmar un contrato permanente con la MMC en un infierno helado y venenoso llamado Noril'sk, bajo las órdenes del bastardo más grande que había conocido, Zhou Leonid, el mercenario matasanos que tenía más de torturador, que de médico, también condenado a trabajos forzosos en aquel agujero. Siempre se preguntó por qué aquella subsidiaria de mierda se empeñaba en juntar a los peores especímenes del planeta y darles armas (aunque fuera en el culo del mundo). Como es natural no se fiaba del chino, ni del informático, aunque este último no era más que un novato en esa vida, aún conservaba las marcas de la corbata en el cuello. Pero los necesitaba, por ahora, para que aquello saliera bien. A Kolya lo dejaría tirado por contratar sus vidas, por el olvido forzado. “Si queremos que el negocio funcione, tengo que hacerlo”, decía. “¿Y de qué te sirve ahora, estúpido?”. No le dolía matarlo, sabía que ya estaba muerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario