lunes, 17 de junio de 2013

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4 de Agosto de 1987 Jalance, a 108.6 km de Valencia, en el valle de Ayora, Península Ibérica, Planeta Tierra.


Sonó el despertador, eran las seis y media de la mañana, el plan del día sería llevar a la prole de niños a la Cueva de Don Juan, a pocos kilómetros de allí, almorzar, y llevárselos después a la piscina del pueblo donde les esperaba una paella. Azul deseó que el despertador se desintegrara en ese preciso instante, se deshizo de la pelota de tela que nunca la cubrió, y se sentó en la cama; tras frotarse los ojos con fruición miró por la ventana, estaba amaneciendo. Sólo al cabo de un rato se percató de la jauría de pájaros que conversaban en el alféizar. Se vistió con lo primero que encontró, y salió de su angosta habitación hacia la cocina del albergue para hacer los bocadillos del almuerzo. Una jaqueca le recordó la cerveza de la noche anterior, en la terraza de “los billares”, en el centro de la Calle Mayor. Carlos “Xarli”, el profesor de matemáticas que le acompañaba en la excursión, bebió y rió con ella mientras los niños y Teresa dormían. Esa misma noche Xarli, visiblemente embriagado, le propuso acostarse con ella, y aunque no le desagradaba, le dijo entre risas que estaba demasiado borracho y que, si se acordaba al día siguiente, lo harían. En realidad, albergaba la esperanza de que su sentido del ridículo le proporcionara una intencionada amnesia, rió para si.
La cocina era pequeña, haciendo juego con el albergue, Teresa ya se había levantado. Afanosa, cortaba los panes y calentaba la leche para el desayuno de los infantes, hasta el momento, su única compañía era un viejo transistor que emitía ruido rosa, y una pila de cajas de magdalenas.
- Buenos días - dijo sin levantar la vista.
- Buenos días - repuso Azul mientras se dirigía hacia la cafetera, que impregnaba la estancia con el aroma del café recién hecho.
- ¿Que tal anoche perdida? un poco más y empalmáis - Teresa la miró con ojos de madre que ve crecer a sus hijos. Era mayor que Xarli y Azul, muy entrada en carnes, el arquetipo perfecto de mujer pelirroja: abundante mata rizada; ojos esmeralda; y pecosa piel de leche. Profesora de letras, además de la directora del colegio. La excursión por el monte fue idea suya. A los niños de repaso les vendría bien salir de las aulas de verano.
- Calla, calla … la verdad es que nos vino bien un poco de ocio – no estaba dispuesta a admitir que habían bebido demasiado; mojó una magdalena en el café.
- ¿Sólo un poco?- Teresa le lanzó una mirada condescendiente, os he pillado. Azul alzó los ojos, y sin motivo, ambas comenzaron a reír.
La mañana trascurrió plácida. Acabaron los bocadillos y Teresa se fue a despertar a las criaturas, Azul bajó al comedor con los termos y el cacao en polvo para preparar la mesa del desayuno. Se respiraba calma pese a las primeras protestas de los niños que aún seguían en los confines del sueño. Al cabo de un rato, el comedor se inundó con la cháchara y las infinitas preguntas infantiles: “ ¿Habrá “murciégalos”? ¿Es verdad que las “estalanitas” tienen miles de años? ¿Son más viejas que “dios”? ”.
Mientras engullían su desayuno Xarli bajó por las escaleras, con la cara encogida y los dedos sobre la frente, al ver el panorama intentó recomponerse.
-¡A buenas horas! - le espetó Teresa, Azul lo miraba divertida – ¿Un ibuprofeno? - siguió Teresa con sorna.
-Vale, joder, que no es para tanto, acaba el curso y aún tenemos que venir al culo del
mundo con los críos – estaba contrariado, tenía la boca pastosa y el humor cenizo.
- ¡Qué flipe! Nadie te puso una pistola en la cabeza – dijo Azul – Además, creo recordar que fuiste tú quien se ofreció para conducir el microbús.
- ¡Felipe Martinez, te estoy viendo! ¡Deja a Begoña en paz, o te siento aquí! ¿Me has oído? - gritó Teresa; se hizo un silencio.
- Sí, señorita... - rezongó Felipe para acto seguido girarse hacia una niña morena llamada Begoña, y sacarle la lengua. Teresa lo vio y se levantó con intención de reprenderlo.
- Y bien ¿estás en condiciones de conducir? - preguntó Azul sin dejar de mirarlo. - Sí, sí, he dormido bastante, sólo un momento – Xarli intentó aclararse las ideas – sólo necesito un buen café.
- No se nos puede hacer muy tarde – repuso.
- Tranquila, lo sé – dijo con aire de fastidio.
Teresa volvió a la mesa, acabaron sus cafés y recogieron las mesas de los niños. Desde la ventana el sol caía implacable; las señoras sacaban sus sillas y sus revistas a la sombra; las hormigas hacían su trabajo con los restos fundidos de un helado; un tractor ocasional pasaba por la calle, portando en el remolque las mantas de la almendra; y las avispas rondaban el agua residual de las fuentes. Jalance, un entrañable pueblecito de montaña.
Inventariaron a los niños y los formaron en una fila, una veintena. Empacaron y Xarli encendió el motor del microbús. Justo antes de subir... Un estruendo: sordo, infinito, insondable. El batir de la realidad en una millonésima de segundo, generó un vórtice que culminó en fractales acomodados de la bidimensionalidad. Deformación constante, color, olor, sinestesia acompañando todas y cada una de las fracturas de la luz. Los habitantes de Jalance pudieron experimentar todos los rincones del tiempo a la vez, entre ellos, entre sus mentes, como si fueran uno y todos. La temperatura quedó estancada, como el tiempo, y vislumbraron en un limbo sideral cada uno de los componentes de la materia, como mundos que a su vez albergaban otros mundos, y que a su vez, eran cada una de las partículas que lo componían todo. El torbellino de lo real se contrajo hasta romper con la dimensión, no pudieron comprender la totalidad del conjunto, y eso trajo dolor. Pero estaban atrapados en el proceso, sus cerebros no pudieron comprender nada fuera de sus tres dimensiones, pero sí el horror de perder una, y luego la otra, concentrando todo su ser en un punto. El punto estalló y se formaron las dimensiones de nuevo, tangibles, reales, pero en un paréntesis temporal que eternizó. El caos se abrió ante ellos, y con él, la desesperanza de no poder completar la información inconmensurable, que rugía e irradiaba, hacia una pregunta con todas las respuestas. El universo plegó su contenido, la materia redundaba sin cesar, toda la energía emergió a través de todo. Durante otra billonésima de segundo viajaron por todo el Sistema Solar; por otro Sistema Solar; y por otros millones de ellos, en apariencia, calcos exactos del anterior. El vértigo se materializó, se hizo sólido aunque fluía como líquido y se expandía como gas. Entraron en un tubo perfecto cuya perspectiva desembocó en un espejo contra espejo. Una trillonésima de segundo, que se convirtió en paradoja, advirtió lo absurdo hecho concepto, la lógica se ruborizó ante el espectáculo, y las matemáticas dejaron de tener sentido. El mundo a su alrededor se copió a sí mismo millones de veces, obligándolos a vivir el mismo instante una y otra vez, donde llegado a un punto, no se alcanzó, y volvió a empezar. La memoria se pudo tocar y el estallido que acompañó en la cuatrillonésima parte de segundo posterior formó la realidad de nuevo, tal y como fue concebida; posiblemente. Una realidad donde había un pueblo llamado Jalance, con una excursión de niños y sus profesores hacia la Cueva de Don Juan. Durante los minutos posteriores, el estruendo siguió resonando en el mundo y en las mentes de todos. Los habitantes del pueblo chillaron, lloraron, corrieron de un lugar a otro, como para cerciorarse de que aún existían, y los perros ladraron hasta la extenuación. Todos los vehículos pararon, de igual forma que todos los aparatos eléctricos. El viento cesó, y con él, el ir y venir de las nubes. La consecuencia directa, y visible a primera vista, fue que el firmamento había cambiado, en lugar del viejo Sol coexistían dos soles, uno de ellos más alejado de la Tierra que el otro. Y eran negros. Les acompañaban miles de estrellas, también negras en lo azul. La temperatura se duplicó tras el estallido, poco más de cincuenta grados Celsius en el ambiente. Pero lo más extraño, quizá, era que aún había luz.
Azul no notó cómo se le empapaba el pantalón por el miedo, se quedó muda, con la piel tan blanca como una nube de verano, aquel verano. La nuclear de Cofrentes, pensó durante unos instantes, pero desechó la idea al ver los agujeros negros que antes fueran el Sol.

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