- ¿Qué pasa? ¿Qué
coño está pasando? joder ... esto no es real ... – balbuceaba
entre sollozos- ¡Tere, los niños, todos al albergue! ¡rápido
hostia! - se giró hacia Xarli.
- ¿Xarli? ¿estás
bien?- miró hacia el microbús, Xarli estaba tendido de lado sobre
el volante, inmóvil. Corrió en su busca, y con ayuda de Leandro, un
anciano que vivía en la casa de al lado y que no dejaba de
blasfemar: “cagondiós, cagondiós … ” sacaron a Xarli del
microbús, y entre los dos lo llevaron a rastras a la supuesta
seguridad de la casa, aún respiraba. En el interior el calor era
insoportable, aunque era mejor que la calle, las paredes de piedra
los mantendrían a salvo, por ahora. Los niños lloraban, Teresa
lloraba, el pánico se adueñaba. Azul trató de mantener la cabeza
fría, subió al piso de arriba no sin antes coger el transistor de
la cocina, se encaramó a la ventana, vio a la señora Peris (la
propietaria del albergue) correr hacia allí sudando copiosamente.
Azul oteó el cielo desde su posición: dos discos negros que
irradiaban luz rodeados de estrellas negras, por todas partes,
algunas más grandes que otras. Se acordó de Chernobyl, el año
pasado, de Hirossima pero... ¿dos soles negros? Esto no lo hace
ni un accidente, ni una bomba ni todas las bombas juntas del mundo.
Cada vez hace más calor, debe ser por esas cosas, si esto sigue así,
moriremos todos. Le temblaban las manos con tanta violencia que
fue incapaz de encender el transistor “hay que llamar a los
padres”. Corrió escaleras abajo, llegó al comedor, la señora
Peris estaba con Teresa, no supo decir quien calmaba a quien, Xarli
seguía inconsciente en un sofá, y Leandro estaba con los niños,
acribillado a preguntas que respondía como podía, al menos ya no
gritaban.
- Leandro, gracias y …
¿tiene teléfono?- le temblaba la voz al hablar.
- Sí, sí, te acompaño,
no sé que cojones está pasando, la mierda de la nuclear, seguro -
masculló sin dejar de acariciar a Begoña en el pelo, la niña
estaba abrazada al anciano. El resto de los niños, aunque con miedo
en las caras y cuchicheando entre si, estaban tranquilos como
corderitos en un corral.
- Hace veinte años que
deberían haberla cerrado- Leandro escupió las palabras con
desprecio – Mi señora no te abrirá, así que vamos.
- Hace mucho calor Azul,
será mejor que os cubráis para salir – dijo Teresa más calmada.
- Está bien, veremos
también si dicen algo en las noticias, no creo que la central tenga
nada que ver con esto, es muy raro ¿todos hemos pasado por lo mismo,
no?– Los demás asintieron casi al unísono- guay.
Azul cogió una goma de
su muñeca y se ató su larguísima cabellera azabache en una cola de
caballo. La señora Peris desapareció de la sala de estar para
volver en pocos segundos con toallas provenientes del baño.
- Esto os servirá, y voy
a abrir la bodega, que se está más fresco, aunque tendremos que
quitar la leña – dijo diligente mientras volvía a desaparecer.
Teresa se levantó también y le dio instrucciones a los niños menos
asustados para que ayudaran a vaciar la bodega. Mantener la mente
ocupada sería bueno.
Cubiertos con las toallas
Leandro y Azul salieron al exterior, en la calle, el escenario era
desolador: no se veía a nadie aunque se oían gritos por doquier .
Todo parecía apagado, si no hay electricidad tendremos que buscar
una … mierda, me he dejado la radio. Miró al cielo y se
percató de un detalle: los puntos negros cada vez eran más grandes,
muy poco a poco; y se oía un rumor constante y alto, un sonido con
una frecuencia muy grave, como aviones alejándose, y sirenas muy
lejanas. El calor le producía picor y sudor a partes iguales, la
toalla estaba ardiendo. Olía a quemado, mierda puta … ¡estamos
rodeados de bosque!.
- ¡Paca, Pacaaaa!
¡”cagondiós” abre que nos quemamos! - dijo Leandro mientras
aporreaba la puerta con una mano y con la otra hurgaba en sus
bolsillos.
- Parece que no está-
dijo Azul sin dejar de mirar a su alrededor, por si vislumbraba humo.
El ruido cada vez era más fuerte y el calor también.
- ¡Aquí esta! - sacó
una llave del bolsillo y la introdujo en el ojo de la cerradura, acto
seguido ambos entraron en la casa.
- El teléfono está...
¡Paca! ¡Paquita! - Leandro corrió al centro de la sala que había
tras el recibidor. Paca estaba tendida en el suelo junto a una silla
volcada. El anciano le cogió de la mano muy asustado.
- ¡Apártese! - Azul se
arrodilló junto a la pareja, cogió la muñeca de la anciana
buscándole el pulso, en vano, tampoco respiraba. Se afanó en
practicarle un masaje cardíaco mientras el insuflaba aire a los
pulmones en un boca a boca. Mientras tanto Leandro fue hacia el
teléfono.
-¡”Cagondiós” no
va, no da señal, ay mi Paquita!- dejó el teléfono y fue la lado de
las mujeres. Tras varios intentos Azul se puso en pié con lágrimas
en lo ojos.
- Lo siento... - el
hombre soltó un alarido de puro dolor mientras abrazaba a la que
fuera su esposa. Azul se agacho y le dijo suavemente: - Voy a la
cabina a ver si hay más suerte, tengo que llamar a los padres, o a
quien sea, necesitamos ayuda - Leandro asintió sin dejar de llorar.
Salió de la casa
ataviada con un chubasquero de trabajo que había en el recibidor.
Sus temores se hicieron realidad, el humo impedía ver más allá de
veinte metros, se enrolló la toalla alrededor del cuello y se tapó
boca y nariz. El calor era insoportable y el ruido más persistente,
tengo que llamar como sea. Cuando hubo recorrido unos
doscientos metros, cerca de donde se supone que estaba una de las
tres cabinas existentes en el pueblo, se encontró un hombre que
vestía un mono azul marino y naranja fluorescente, parado en mitad
de la calle, en cuya espalda se podía leer “protección civil”.
Se acercó a la inmóvil figura:
- ¡Oiga, hay una mujer
muerta en el número cincuenta y cuatro y un grupo de niños en el
cincuenta y dos! ¡Necesitamos ayuda, tenemos que avisar a sus
padres! ¿Funciona la cabina de teléfono? - dijo mientras le ponía
una mano en el hombro del hombre, el cual se giró, tenía la cara
tiznada y los ojos muy abiertos, enrojecidos por el humo. El hombre
se le quedó mirando, en silencio.
- ¿Me ha oído? - dijo
Azul exasperada – Hay unos niños, hemos venido a una excursión y
… mierda, mierda, joder... - se alejó corriendo, notaba la mirada
de aquel hombre en la espalda. Mientras corría volvió sobre si
misma para ver de donde venía el humo, la pinada del castillo, no
llegará al pueblo, está al otro lado de la montaña, al menos los
críos están a cubierto ¿Donde coño están los bomberos? Llegó
a la cabina, junto al monte que daba a la ermita, el sonido era cada
vez más fuerte, el calor parecía haberse estabilizado, abrasador,
pero estable. Cogió el teléfono, no daba señal.
- ¡Joder! - gritó
mientras lo estrellaba contra el cristal de la cabina, golpeó con
rabia hasta que el cristal se hizo añicos, arrancando el auricular
en el proceso. Se acuclilló entre sollozos en el interior del
habitáculo. El sonido era abrumador ¿De donde viene ese ruido?.
Sin pensarlo mucho comenzó a subir por el cerro de la ermita, uno de
los lugares más altos del pueblo y con menos humo, cuando pudo ver
tras los montículos que formaban el valle donde estaba Jalance cayó
de rodillas. A lo lejos, el valle estaba llenándose de agua, también
vio columnas de humo. En las laderas de las montañas torrentes de
fango arrastraban árboles arrancados, coches, escombros, y un sinfín
de cosas que no pudo distinguir. El valle de Ayora se llenaba de
barro, alimentado por una marea incesante que discurría entre las
montañas. O el río se ha desbordado, o se ha roto la presa de
Cofrentes. Pero no puede ser, el río está al otro lado, como la
presa, además es imposible, el Cabriel es un afluente pequeño del
Jucar, y el embalse está casi seco, entonces: dos soles, calor …
¡Es el mar! ¡A esta altura! No, no, no... no puede ser. Vio
cómo el lodo, inexorable, cubría la carretera nacional, la única
entrada al pueblo para los vehículos. Se la llevó, como una ola se
lleva un castillo de arena. Desesperada, abrasada y muerta de pánico,
bajó del otero de la ermita. Necesitamos un lugar más alto, sin
incendio, y sin árboles, aunque la altura no nos salvará del calor
ni de la nuclear... Chernobyl, mierda, estamos jodidos, pensó
mientras corría con la mirada fija en el oeste, donde había un
monte que a duras penas se distinguía por el humo, con una cruz
enorme clavada en la cima, el Cerro Monegre.
Tosía sin parar, se tuvo
que detener en varias ocasiones, ni un alma en la calle; soy la
única estúpida que ha salido, eres imbécil Azul; recorrió a
trompicones una docena de metros, se apoyó en una pared; Si
supieras conducir irías en el microbús, pero no, eres una tonta
ecologista que va en bici a todas partes; otra docena de metros.
Finalmente pudo distinguir el albergue que, como era de esperar,
estaba cerrado.
-Ya falta poco – se
dijo. Antes de poder llegar hubo un temblor, una sacudida que la hizo
caer de bruces. Una grieta con sus afluentes partieron en dos la
calle Mayor, llevándose con su formación los edificios a ambos
lados de la calzada, albergue incluido. El polvo lo inundó todo, el
ruido del derrumbamiento ahogó el grito desesperado de Azulema,
hecha un ovillo en el suelo. Se cubrió la cabeza con las manos,
lloraba, gemía, tosía, y en ese momento, también quería morir.
Súbitamente, el polvo
generado por la brecha y los derrumbamientos desapareció empujado
por aire que desplazaba algo descomunal. En el cielo se materializó,
como por arte de magia, el objeto más grande que nunca hubiera
visto, un dodecaedro rojo de diez kilómetros por cara. Se quedó
boquiabierta, embobada e hipnotizada por aquella visión, un
sentimiento de familiaridad recorrió todo su ser, conocía aquel
artefacto, pero no sabía de qué. De él emergió un objeto con
forma de octaedro regular de unos cinco metros de lado que dejaba
tras de si una estela celeste muy luminosa. El objeto, con una
velocidad vertiginosa se plantó delante de ella, flotando en el aire
dos de sus caras desaparecieron dejando ver el vacuo interior.
En ese momento Azul comprendió que debía meterse en el interior del
caza de la CPH, no le quedaba alternativa. Curiosamente, mientras se
acercaba a la nave, la sensación era de total naturalidad, como si
lo hubiera hecho durante toda su vida. ¿Quién era, y por qué
estaba allí?
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