lunes, 17 de junio de 2013

0023

- ¿Qué pasa? ¿Qué coño está pasando? joder ... esto no es real ... – balbuceaba entre sollozos- ¡Tere, los niños, todos al albergue! ¡rápido hostia! - se giró hacia Xarli.
- ¿Xarli? ¿estás bien?- miró hacia el microbús, Xarli estaba tendido de lado sobre el volante, inmóvil. Corrió en su busca, y con ayuda de Leandro, un anciano que vivía en la casa de al lado y que no dejaba de blasfemar: “cagondiós, cagondiós … ” sacaron a Xarli del microbús, y entre los dos lo llevaron a rastras a la supuesta seguridad de la casa, aún respiraba. En el interior el calor era insoportable, aunque era mejor que la calle, las paredes de piedra los mantendrían a salvo, por ahora. Los niños lloraban, Teresa lloraba, el pánico se adueñaba. Azul trató de mantener la cabeza fría, subió al piso de arriba no sin antes coger el transistor de la cocina, se encaramó a la ventana, vio a la señora Peris (la propietaria del albergue) correr hacia allí sudando copiosamente. Azul oteó el cielo desde su posición: dos discos negros que irradiaban luz rodeados de estrellas negras, por todas partes, algunas más grandes que otras. Se acordó de Chernobyl, el año pasado, de Hirossima pero... ¿dos soles negros? Esto no lo hace ni un accidente, ni una bomba ni todas las bombas juntas del mundo. Cada vez hace más calor, debe ser por esas cosas, si esto sigue así, moriremos todos. Le temblaban las manos con tanta violencia que fue incapaz de encender el transistor “hay que llamar a los padres”. Corrió escaleras abajo, llegó al comedor, la señora Peris estaba con Teresa, no supo decir quien calmaba a quien, Xarli seguía inconsciente en un sofá, y Leandro estaba con los niños, acribillado a preguntas que respondía como podía, al menos ya no gritaban.
- Leandro, gracias y … ¿tiene teléfono?- le temblaba la voz al hablar.
- Sí, sí, te acompaño, no sé que cojones está pasando, la mierda de la nuclear, seguro - masculló sin dejar de acariciar a Begoña en el pelo, la niña estaba abrazada al anciano. El resto de los niños, aunque con miedo en las caras y cuchicheando entre si, estaban tranquilos como corderitos en un corral.
- Hace veinte años que deberían haberla cerrado- Leandro escupió las palabras con desprecio – Mi señora no te abrirá, así que vamos.
- Hace mucho calor Azul, será mejor que os cubráis para salir – dijo Teresa más calmada.
- Está bien, veremos también si dicen algo en las noticias, no creo que la central tenga nada que ver con esto, es muy raro ¿todos hemos pasado por lo mismo, no?– Los demás asintieron casi al unísono- guay.
Azul cogió una goma de su muñeca y se ató su larguísima cabellera azabache en una cola de caballo. La señora Peris desapareció de la sala de estar para volver en pocos segundos con toallas provenientes del baño.
- Esto os servirá, y voy a abrir la bodega, que se está más fresco, aunque tendremos que quitar la leña – dijo diligente mientras volvía a desaparecer. Teresa se levantó también y le dio instrucciones a los niños menos asustados para que ayudaran a vaciar la bodega. Mantener la mente ocupada sería bueno.
Cubiertos con las toallas Leandro y Azul salieron al exterior, en la calle, el escenario era desolador: no se veía a nadie aunque se oían gritos por doquier . Todo parecía apagado, si no hay electricidad tendremos que buscar una … mierda, me he dejado la radio. Miró al cielo y se percató de un detalle: los puntos negros cada vez eran más grandes, muy poco a poco; y se oía un rumor constante y alto, un sonido con una frecuencia muy grave, como aviones alejándose, y sirenas muy lejanas. El calor le producía picor y sudor a partes iguales, la toalla estaba ardiendo. Olía a quemado, mierda puta … ¡estamos rodeados de bosque!.
- ¡Paca, Pacaaaa! ¡”cagondiós” abre que nos quemamos! - dijo Leandro mientras aporreaba la puerta con una mano y con la otra hurgaba en sus bolsillos.
- Parece que no está- dijo Azul sin dejar de mirar a su alrededor, por si vislumbraba humo. El ruido cada vez era más fuerte y el calor también.
- ¡Aquí esta! - sacó una llave del bolsillo y la introdujo en el ojo de la cerradura, acto seguido ambos entraron en la casa.
- El teléfono está... ¡Paca! ¡Paquita! - Leandro corrió al centro de la sala que había tras el recibidor. Paca estaba tendida en el suelo junto a una silla volcada. El anciano le cogió de la mano muy asustado.
- ¡Apártese! - Azul se arrodilló junto a la pareja, cogió la muñeca de la anciana buscándole el pulso, en vano, tampoco respiraba. Se afanó en practicarle un masaje cardíaco mientras el insuflaba aire a los pulmones en un boca a boca. Mientras tanto Leandro fue hacia el teléfono.
-¡”Cagondiós” no va, no da señal, ay mi Paquita!- dejó el teléfono y fue la lado de las mujeres. Tras varios intentos Azul se puso en pié con lágrimas en lo ojos.
- Lo siento... - el hombre soltó un alarido de puro dolor mientras abrazaba a la que fuera su esposa. Azul se agacho y le dijo suavemente: - Voy a la cabina a ver si hay más suerte, tengo que llamar a los padres, o a quien sea, necesitamos ayuda - Leandro asintió sin dejar de llorar.
Salió de la casa ataviada con un chubasquero de trabajo que había en el recibidor. Sus temores se hicieron realidad, el humo impedía ver más allá de veinte metros, se enrolló la toalla alrededor del cuello y se tapó boca y nariz. El calor era insoportable y el ruido más persistente, tengo que llamar como sea. Cuando hubo recorrido unos doscientos metros, cerca de donde se supone que estaba una de las tres cabinas existentes en el pueblo, se encontró un hombre que vestía un mono azul marino y naranja fluorescente, parado en mitad de la calle, en cuya espalda se podía leer “protección civil”. Se acercó a la inmóvil figura:
- ¡Oiga, hay una mujer muerta en el número cincuenta y cuatro y un grupo de niños en el cincuenta y dos! ¡Necesitamos ayuda, tenemos que avisar a sus padres! ¿Funciona la cabina de teléfono? - dijo mientras le ponía una mano en el hombro del hombre, el cual se giró, tenía la cara tiznada y los ojos muy abiertos, enrojecidos por el humo. El hombre se le quedó mirando, en silencio.
- ¿Me ha oído? - dijo Azul exasperada – Hay unos niños, hemos venido a una excursión y … mierda, mierda, joder... - se alejó corriendo, notaba la mirada de aquel hombre en la espalda. Mientras corría volvió sobre si misma para ver de donde venía el humo, la pinada del castillo, no llegará al pueblo, está al otro lado de la montaña, al menos los críos están a cubierto ¿Donde coño están los bomberos? Llegó a la cabina, junto al monte que daba a la ermita, el sonido era cada vez más fuerte, el calor parecía haberse estabilizado, abrasador, pero estable. Cogió el teléfono, no daba señal.
- ¡Joder! - gritó mientras lo estrellaba contra el cristal de la cabina, golpeó con rabia hasta que el cristal se hizo añicos, arrancando el auricular en el proceso. Se acuclilló entre sollozos en el interior del habitáculo. El sonido era abrumador ¿De donde viene ese ruido?. Sin pensarlo mucho comenzó a subir por el cerro de la ermita, uno de los lugares más altos del pueblo y con menos humo, cuando pudo ver tras los montículos que formaban el valle donde estaba Jalance cayó de rodillas. A lo lejos, el valle estaba llenándose de agua, también vio columnas de humo. En las laderas de las montañas torrentes de fango arrastraban árboles arrancados, coches, escombros, y un sinfín de cosas que no pudo distinguir. El valle de Ayora se llenaba de barro, alimentado por una marea incesante que discurría entre las montañas. O el río se ha desbordado, o se ha roto la presa de Cofrentes. Pero no puede ser, el río está al otro lado, como la presa, además es imposible, el Cabriel es un afluente pequeño del Jucar, y el embalse está casi seco, entonces: dos soles, calor … ¡Es el mar! ¡A esta altura! No, no, no... no puede ser. Vio cómo el lodo, inexorable, cubría la carretera nacional, la única entrada al pueblo para los vehículos. Se la llevó, como una ola se lleva un castillo de arena. Desesperada, abrasada y muerta de pánico, bajó del otero de la ermita. Necesitamos un lugar más alto, sin incendio, y sin árboles, aunque la altura no nos salvará del calor ni de la nuclear... Chernobyl, mierda, estamos jodidos, pensó mientras corría con la mirada fija en el oeste, donde había un monte que a duras penas se distinguía por el humo, con una cruz enorme clavada en la cima, el Cerro Monegre.
Tosía sin parar, se tuvo que detener en varias ocasiones, ni un alma en la calle; soy la única estúpida que ha salido, eres imbécil Azul; recorrió a trompicones una docena de metros, se apoyó en una pared; Si supieras conducir irías en el microbús, pero no, eres una tonta ecologista que va en bici a todas partes; otra docena de metros. Finalmente pudo distinguir el albergue que, como era de esperar, estaba cerrado.
-Ya falta poco – se dijo. Antes de poder llegar hubo un temblor, una sacudida que la hizo caer de bruces. Una grieta con sus afluentes partieron en dos la calle Mayor, llevándose con su formación los edificios a ambos lados de la calzada, albergue incluido. El polvo lo inundó todo, el ruido del derrumbamiento ahogó el grito desesperado de Azulema, hecha un ovillo en el suelo. Se cubrió la cabeza con las manos, lloraba, gemía, tosía, y en ese momento, también quería morir.

Súbitamente, el polvo generado por la brecha y los derrumbamientos desapareció empujado por aire que desplazaba algo descomunal. En el cielo se materializó, como por arte de magia, el objeto más grande que nunca hubiera visto, un dodecaedro rojo de diez kilómetros por cara. Se quedó boquiabierta, embobada e hipnotizada por aquella visión, un sentimiento de familiaridad recorrió todo su ser, conocía aquel artefacto, pero no sabía de qué. De él emergió un objeto con forma de octaedro regular de unos cinco metros de lado que dejaba tras de si una estela celeste muy luminosa. El objeto, con una velocidad vertiginosa se plantó delante de ella, flotando en el aire dos de sus caras desaparecieron dejando ver el vacuo interior. En ese momento Azul comprendió que debía meterse en el interior del caza de la CPH, no le quedaba alternativa. Curiosamente, mientras se acercaba a la nave, la sensación era de total naturalidad, como si lo hubiera hecho durante toda su vida. ¿Quién era, y por qué estaba allí? 

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